viernes, 7 de diciembre de 2018

Después de todo


Con las yemas de mis dedos empecé a acariciarte. Paseando en círculos por tu pecho y abdomen, desviándome por momentos a tus brazos; tú me abrazabas, mientras  tu mirada se  perdía en el techo. Creo que los dos nos sentíamos un poco raros pero no queríamos decir nada por miedo a lastimar al otro, así que seguíamos ahí, hablando sin decir nada en realidad esperando a que alguno se durmiera. Finalmente lo hiciste, y me levanté de la cama. Parecía un buen momento para probar la tina del cuarto del hotel, tomé mi ropa y me dirigí al baño. Mientras veía el chorro de agua empezarla a llenar, me puse a rememorar la escena. Cómo cada caricia y beso iba desvistiendo, no solo tu cuerpo, sino la historia. Todas las ideas que me fui creando sobre ti, a las que me aferré profundamente, dándoles el poder de lastimarme, caían al piso demostrándome que tal vez eran solo eso: ideas.

Creo que todo empezó porque al tenerte ahí, tan cerca, empecé a recordar las incontables noches que perdí el sueño preguntándome qué era lo que estaba mal conmigo, cuál era la parte de mí que parecía tan imposible de amar; intentando entender cómo es que puedes querer tanto a alguien que no te quiere de la misma manera, y erróneamente, pensé que esta era la manera de tener por fin mis respuestas.



Cuando se llenó la tina y me sumergí en el agua caliente me di cuenta de que me sentía incluso un poco culpable, lamentaba haber llegado a eso para darme cuenta de que en realidad todas esas noches de desvelos, todas esas lágrimas y dudas ya no importaban, porque formaban parte del pasado. Incluso una parte de mí sentía que había arruinado todo el progreso que había logrado a lo largo de los años, pero luego comprendí: Era justo así como se suponía que las cosas terminaran. Era así como entendía, finalmente, que yo ya no estaba enamorada de ti, sino de la idea de lo que pudimos haber sido juntos.

Con los ojos cerrados, intentando contener la respiración bajo el agua el mayor tiempo posible, me vi a mi misma repitiendo escenas de películas de amor. Pude ver con claridad cómo toda mi vida he querido vivir uno de esos amores de los que vemos en las pantallas, donde los personajes se enamoran perdidamente y logran sobrevivir cada tormenta que les pasa o ponen enfrente, ese amor que provoca a las personas a hacer locuras por la otra, de esos amores donde con solo mirarse saben qué está pensando el otro, o que, cuando se tocan, es como si salieran chispas... Entonces me hizo “clic”. Eran tantas las ganas de vivir así el amor, que me aferré a lo más cercano que sentía que tenía a eso, en este caso, para mí, eras tú. Entonces me puse a intentar descifrar qué, de todo lo que sentí, en realidad fue real y qué no. Y comprendí que, aunque al principio lo que sentía era verdadero, aunque estuve realmente enamorada de ti, con el tiempo el amor empezó a darle lugar a la idealización, y fue ahí cuando me perdí.

Me sentí un poco mareada, tal vez por la falta de aire o tal vez por todo lo que finalmente estaba entendiendo, así que salí, inhalé con fuerza, y volví a sumergirme.


De repente estaba tranquila, entendí que aunque en un momento me perdí entre mis ideas y deseos, eso no quería decir que nunca iba a poder encontrar lo que tanto estaba buscando. Tal vez no va a aparecerse en un caballo blanco frente  mi casa, tal vez no va a llegar misteriosamente a mi fiesta de cumpleaños y me invitará a dar una vuelta por la playa, pero seguramente llegará de otra manera, de una que no me voy a esperar ni voy a ver venir, y todo lo que siempre he querido sentir finalmente sucederá. Puede ser que haya tenido que pasar por todo esto para encontrar el punto exacto entre la fantasía y la realidad. Después de todo lo que sentí, de todos los vacíos en el estómago, de todas las lágrimas, creo que encontré el punto medio, ese donde, aunque tengo los ojos perdidos entre las estrellas, mis pies siguen andando cerca del piso, asegurándose de que la próxima vez que mi corazón empiece a latir al ritmo de la existencia de otra persona, esta vez en realidad la esté viendo a ella, y no a la idea de lo que podríamos ser o cómo nos veríamos si estuviéramos juntos.



Aún debajo del agua abrí los ojos y sonreí. Lo cual fue una estúpida idea. Enseguida emergí tosiendo escandalosamente. Me reí de mí, estaba contenta de verdad, aunque había en la cabeza algo que me hacía un poco de ruido. ¿Habría arruinado nuestra amistad al mismo tiempo de que me di cuenta de todo esto? Cuando salí del baño estabas despertando. Me quedé mirándote y sonreí. Creo que nuestra amistad puede sobrevivir unos cuantos besos, pensé.

–¿Todo bien?– Preguntaste sonriendo, aún adormilado.



Y ahí, viéndote fijamente, al reconocer cada pequeña arruga en tu sonrisa y el brillo de tus ojos, lo reafirmé. Yo te quiero profundamente y sé que tú me quieres de vuelta, pero nuestro destino no es estar juntos. Y aunque el camino que me trajo a esta conclusión no ha sido el más sencillo, o el más corto, estoy agradecida de haberlo tomado. Porque aprendí  muchas cosas durante el recorrido, y llegué al final más segura de lo que siento. Por ti, y por el amor en general. Este final no es el de todas esas películas de amor que tanto me gustan, pero sí es el mejor. Porque sé que algún día voy a tener ese amor y probablemente vas a estar por ahí, cerca, para alegrarte por mí, así como yo me alegraré por ti el día que tú encuentres el tuyo.

Volví a sonreír, contenta de verdad.

–Muy.– Te dije. Y por fin estaba segura de que era cierto.

jueves, 4 de octubre de 2018

La imposibilidad de lo nuestro


Mientras me visto y preparo para la fiesta descubro que mis manos tiemblan un poco. Cuando me descubro tratando de concentrarme lo más posible para lograr delinearme los ojos, me río y suspiro. Honestamente pensé que ya no ibas a tener tanto poder sobre mí.

Cuando llego ya estás ahí, nuestras miradas coinciden y me sonríes, te devuelvo la sonrisa y empiezo a saludar a todo el mundo, hasta que finalmente llego a ti. Te levantas, me abrazas, envolviendome en tu olor, y antes de que pueda sentir como me fallan las piernas me invitas a sentarme junto a ti. Y así pasamos la tarde, rellenando las bebidas, yo diciéndote que ya es hora de que dejes de fumar, tú prometiendo que lo harás aunque los dos sabemos que mientes; y riendo de nuestra eterna discusión. No hay manera de ignorar la química entre los dos, por la manera en la que los demás nos miran estoy segura de que más de una persona la siente también. En algún momento de la fiesta nos separamos, llegaron amigos, más personas a las que saludar y con quienes nos queremos poner al día, pero al final de la fiesta encontramos nuestro camino de regreso uno a lado del otro. 
Después de una lucha intensa contra el sueño, como a eso de las dos de la mañana por fin me rindo. No quiero, porque encontrarme contigo es más difícil cada vez, pero literalmente mis ojos se cierran, y tampoco quiero sentir que estoy forzando mucho las cosas. Después de despedirme de los otros sobrevivientes (también conocidos como desvelados), te ofreces a acompañarme a mi coche. “Está bien” digo sonriendo. Me das el brazo para que me apoye y salimos. Esos últimos 3 minutos quedan grabados en mí con más cariño que toda la fiesta, de hecho. En ese momento somos solo los dos, sintiendo que podemos decir o hacer lo que queramos. Y aunque probablemente es verdad, los dos elegimos pretender que no hay mucho más que hacer, unas ultimas bromas y risas, un ultimo abrazo fuerte, tratando de absorber lo más que podamos el uno del otro y finalmente despedirnos. Me subo al coche, sintiendo como la promesa de un beso sigue ahí, entre los dos, pero como ambos elegimos posponerla un poco más. ¿Quién sabe? Tal vez para siempre.

Arranco y miro por el retrovisor. Sé que vas a estar ahí, parado a media calle viendo como me voy. Así es siempre. Sonrío, suspiro y después de doblar la esquina avanzo un poco más hasta encontrar un lugar para estacionarme. De la guantera saco una cajetilla de cigarros que están por acabarse, tomo uno y lo enciendo. Desde que mi hermano lo olvidó en mi coche, fumo uno cada que estoy estresada o tengo ganas de pensar.
Y así es esta vez, hay mucho que pensar sobre nosotros.
Tengo que repetirme una vez más todas las razones por las que lo nuestro no podía pasar. Debo re hacer todo el trabajo de convencimiento que me sé tan bien de tanto repetirlo después de cada ocasión de encontrarnos en algún lugar.
Aprendí a vivir aceptando la imposibilidad de lo nuestro, y de alguna manera conseguí que eso me hiciera más feliz que la idea de estar junto a ti. Me digo una y otra vez que de esta manera lo nuestro queda protegido, queda eterno.   

Le doy otra calada al cigarro y me recuerdo lo que ya sé tan bien, si nunca pasa nada entre nosotros no tendremos oportunidad de arruinarlo. No podrás romperme el corazón o yo echarme para atrás al darme cuenta de lo serias que se están poniendo las cosas. Sé que este pensamiento es bastante cobarde, quizás nos estamos perdiendo de una de las experiencias más bonitas que los dos tengamos oportunidad de vivir, pero de alguna manera me convencí de que esta era la única manera de conseguir que la experiencia quedara intacta. Es como si al dejar las cosas así las estuviera protegiendo, asegurando tu recuerdo permanente en mi memoria.

¿Quién sabe? Tal vez en un futuro los dos nos cansemos de esta farsa y, finalmente, alguno se atreva a dar el primer paso o el primer beso, o tal vez no, tal vez alguno se canse pero en lugar de intentarlo se marche, empiece algo nuevo con alguien que no tenga miedo de poner todo en juego, porque ese alguien no va a conocernos tan bien como nosotros lo hacemos, no tendrá razón para proteger lo que nosotros protegemos –o creemos proteger–. La verdad es que no lo sé bien, pero para cuando me termino el cigarro estoy tranquila otra vez, abro la puerta del coche para apagar el cigarro contra el piso y lo echo a la bolsa de basura que llevo en la guantera. “Tengo que tirar esto pronto” pienso. Enciendo el coche y otra vez estoy segura de que estamos tomando la decisión correcta, porque al final del día somos eso que nunca fue, y por lo tanto, siempre seremos.

lunes, 1 de octubre de 2018

No es problema mío


Por mucho tiempo me han dicho que mi problema con el amor es que espero demasiado. Que lo tengo todo idealizado y que las cosas no pasan como creo que van a pasar. O como me gustaría que pasen. Y, honestamente, ha habido momentos en lo que lo he llegado a creer.

Antes de dormir me pregunto si realmente el problema soy yo que lo veo todo de color rosa cuando en realidad el mundo así no es. Cuando salgo del cine, por ejemplo, empiezo también una guerra en contra de mí misma. Repitiéndome una y otra vez que bloquee todo lo que acabo de ver, que eso nunca me va a suceder, que todo lo que pasó en la pantalla solo es una secuencia de escenas cuyo propósito es entretener y engañar a la gente. De verdad, no saben la cantidad de veces que me he sentido pésimo conmigo misma porque no logro entender qué es lo que he hecho tan mal o en qué momento perdí el camino. Y es que, ¿de dónde saqué yo que la gente viaja kilómetros solo porque se despertaron con ganas de ver a alguien? ¿De dónde saqué yo la idea de que las personas todavía escriben cartas a mano para declarar su amor? ¿O la idea de que hay personas que van a casa de la persona a la que quieren, se estacionan afuera y ponen una canción a todo volumen, a modo de serenata, para pedirle perdón? ¿De dónde saqué yo que cualquier noche una persona que quiere a otra la va a invitar a cenar a su casa, prepararan la comida juntos y bailaran alguna canción de Ed Sheeran? Es más, ya que estamos, ¿de dónde saqué yo que alguien puede querer a otra persona del modo en que describe el amor la música de Ed?

Pero hace pocos días, después de pasar toda la mañana sintiéndome culpable de mi propio hueco en el corazón porque, después de intentarlo mucho, las cosas con alguien no resultaron de la manera en que pensé que lo harían, empecé a darme cuenta de que yo no tengo la culpa de nada. Caí en cuenta de que todo lo que hice fue atreverme y defender lo que pienso. Porque no necesitaba sacar mi idea del amor de ningún lado o haberla inventado. Porque todo lo que creo del amor son cosas que he visto, que ya he hecho y otras tantas que yo si me atrevería a hacer. Porque todo lo que creo del amor, es que no estaría nada mal que alguien luchara por mí, así como yo he llegado a luchar. Que todos los sentimientos y acciones que describí algunos renglones arriba existen, porque he sido testigo, en ocasiones hasta de primera mano.

Y entonces lo entendí. Que jodida tiene que estar la vida para que se me haya metido la idea en la cabeza de que tal vez me tengo que conformar, porque nadie me va a querer como espero que lo hagan, porque ese tipo de amor no existe. ¡Que jodidísima la realidad que nos han querido hacer creer! Porque claro que existe. Es solo que muchas personas han dejado que esa parte o ese tipo de amor se “duerman” y ahora, sintiendo que podrían perderse de algo, quieren intentar que todos nos sintamos igual, que pensemos que, cuando esperamos que nos quieran como queremos o estamos dispuestos a querer, estamos exagerando, que hemos visto demasiadas películas, leído demasiados romances o escuchado suficientes canciones de amor. Pero no, ni madres. Tal vez me cueste unas cuantas lágrimas más, tal vez me haya costado muchos vacíos en el estómago llegar hasta aquí. Pero ya. Ahora lo entiendo y lo sé: Merezco a alguien que se atreva a quererme como yo lo voy a querer. Y si no ha llegado “el valiente” ni hablar, es problema de él. Porque hoy, yo ya entendí que no es problema mío.
Mi foto
Comunicóloga de día, la otra mitad de Gigi por la noche.