Con las yemas de mis dedos empecé a acariciarte. Paseando
en círculos por tu pecho y abdomen, desviándome por momentos a tus brazos; tú
me abrazabas, mientras tu mirada se perdía en el techo. Creo que los dos nos
sentíamos un poco raros pero no queríamos decir nada por miedo a lastimar al
otro, así que seguíamos ahí, hablando sin decir nada en realidad esperando a que
alguno se durmiera. Finalmente lo hiciste, y me levanté de la cama. Parecía un
buen momento para probar la tina del cuarto del hotel, tomé mi ropa y me dirigí
al baño. Mientras veía el chorro de agua empezarla a llenar, me puse a rememorar
la escena. Cómo cada caricia y beso iba desvistiendo, no solo tu cuerpo, sino la
historia. Todas las ideas que me fui creando sobre ti, a las que me aferré profundamente,
dándoles el poder de lastimarme, caían al piso demostrándome que tal vez eran
solo eso: ideas.
Creo que todo empezó porque al tenerte ahí, tan cerca,
empecé a recordar las incontables noches que perdí el sueño preguntándome qué
era lo que estaba mal conmigo, cuál era la parte de mí que parecía tan imposible
de amar; intentando entender cómo es que puedes querer tanto a alguien que no
te quiere de la misma manera, y erróneamente, pensé que esta era la manera de
tener por fin mis respuestas.
Cuando se llenó la tina y me sumergí en el agua caliente
me di cuenta de que me sentía incluso un poco culpable, lamentaba haber llegado
a eso para darme cuenta de que en realidad todas esas noches de desvelos, todas
esas lágrimas y dudas ya no importaban, porque formaban parte del pasado.
Incluso una parte de mí sentía que había arruinado todo el progreso que había
logrado a lo largo de los años, pero luego comprendí: Era justo así como se
suponía que las cosas terminaran. Era así como entendía, finalmente, que yo ya
no estaba enamorada de ti, sino de la idea de lo que pudimos haber sido juntos.
Con los ojos cerrados, intentando contener la respiración
bajo el agua el mayor tiempo posible, me vi a mi misma repitiendo escenas de
películas de amor. Pude ver con claridad cómo toda mi vida he querido vivir uno
de esos amores de los que vemos en las pantallas, donde los personajes se
enamoran perdidamente y logran sobrevivir cada tormenta que les pasa o ponen
enfrente, ese amor que provoca a las personas a hacer locuras por la otra, de
esos amores donde con solo mirarse saben qué está pensando el otro, o que, cuando
se tocan, es como si salieran chispas... Entonces me hizo “clic”. Eran tantas las ganas de vivir así el amor, que me aferré a
lo más cercano que sentía que tenía a eso, en este caso, para mí, eras tú.
Entonces me puse a intentar descifrar qué, de todo lo que sentí, en realidad
fue real y qué no. Y comprendí que, aunque al principio lo que sentía era verdadero,
aunque estuve realmente enamorada de ti, con el tiempo el amor empezó a darle lugar
a la idealización, y fue ahí cuando me perdí.
Me sentí un poco mareada, tal vez por la falta de aire o
tal vez por todo lo que finalmente estaba entendiendo, así que salí, inhalé con
fuerza, y volví a sumergirme.
De repente estaba tranquila, entendí que aunque en un
momento me perdí entre mis ideas y deseos, eso no quería decir que nunca iba a
poder encontrar lo que tanto estaba buscando. Tal vez no va a aparecerse en un
caballo blanco frente mi casa, tal vez
no va a llegar misteriosamente a mi fiesta de cumpleaños y me invitará a dar
una vuelta por la playa, pero seguramente llegará de otra manera, de una que no
me voy a esperar ni voy a ver venir, y todo lo que siempre he querido sentir finalmente
sucederá. Puede ser que haya tenido que pasar por todo esto para encontrar el
punto exacto entre la fantasía y la realidad. Después de todo lo que sentí, de
todos los vacíos en el estómago, de todas las lágrimas, creo que encontré el
punto medio, ese donde, aunque tengo los ojos perdidos entre las estrellas, mis
pies siguen andando cerca del piso, asegurándose de que la próxima vez que mi
corazón empiece a latir al ritmo de la existencia de otra persona, esta vez en
realidad la esté viendo a ella, y no a la idea de lo que podríamos ser o cómo nos
veríamos si estuviéramos juntos.
Aún debajo del agua abrí los ojos y sonreí. Lo cual fue
una estúpida idea. Enseguida emergí tosiendo escandalosamente. Me reí de mí,
estaba contenta de verdad, aunque había en la cabeza algo que me hacía un poco
de ruido. ¿Habría arruinado nuestra amistad al mismo tiempo de que me di cuenta
de todo esto? Cuando salí del baño estabas despertando. Me quedé mirándote y
sonreí. Creo que nuestra amistad puede sobrevivir unos cuantos besos, pensé.
–¿Todo bien?– Preguntaste sonriendo, aún adormilado.
Y ahí, viéndote fijamente, al reconocer cada pequeña
arruga en tu sonrisa y el brillo de tus ojos, lo reafirmé. Yo te quiero
profundamente y sé que tú me quieres de vuelta, pero nuestro destino no es
estar juntos. Y aunque el camino que me trajo a esta conclusión no ha sido el
más sencillo, o el más corto, estoy agradecida de haberlo tomado. Porque
aprendí muchas cosas durante el
recorrido, y llegué al final más segura de lo que siento. Por ti, y por el amor
en general. Este final no es el de todas esas películas de amor que tanto me
gustan, pero sí es el mejor. Porque sé que algún día voy a tener ese amor y
probablemente vas a estar por ahí, cerca, para alegrarte por mí, así como yo me
alegraré por ti el día que tú encuentres el tuyo.
Volví a sonreír, contenta de verdad.
–Muy.– Te dije. Y por fin estaba segura de que era
cierto.